viernes, 29 de noviembre de 2013

KINBAKU (Escena de Crystal Cove de Lisa Keyplas. La manera en que Jason la miró la incomodó. No se fiaba del destello en su mirada. —Ya sé que eres bueno en la cama —prosiguió—. No hay nada que tengas que demostrar en este aspecto. —Quiero probar algo contigo —dijo Jason—. Es una especie de... ritual. —Un ritual —repitió Justine, y entrecerró los ojos con suspicacia. —Se le llama Kinbaku. El exotismo de la palabra, de tres sílabas marcadas y precisas, resonó en su tímpano y le provocó un escalofrío. —¿Es algo sexual? —Algo psíquico. No tiene por qué ser sexual si no quieres que lo sea. Desconcertada, Justine se mordió los labios por dentro. —¿Qué significa la palabra? Una débil sonrisa apareció en los labios de Jason. —Se traduce como «la belleza del enlace fuerte». ¿Tienes una cuerda o una soga fina? —Sí, guardo alguna en el armario para... —Justine se interrumpió a sí misma y abrió los ojos, asustada—. ¿Estamos hablando de bondage? No. No tengo ninguna cuerda. —Acabas de decir que sí. —Para eso no. No me gusta el dolor. —No implica ningún tipo de dolor. Es... —Jason hizo una pausa, era evidente que estaba considerando cómo transmitirle el significado de una palabra japonesa cuando no existía nada en inglés que lo contemplara—. Es artístico. Cuerdas que dan forma al cuerpo hasta convertirlo en una escultura viviente. La disciplina básica es Shibari, pero se convierte en Kinbaku cuando están involucradas las emociones. Justine no estaba dispuesta a comprárselo. —Suena como una manera sofisticada de decir que quieres atarme como un pollo a l'ast en la charcutería del supermercado. Y francamente, no le veo la gracia. —Es como intentar explicar las bondades del paracaidismo o del esquí a alguien que nunca lo ha practicado. Tienes que experimentarlo para entenderlo. —¿Tú lo has hecho alguna vez antes? El rostro de Jason era inescrutable. —Estuve liado con una mujer en Japón que me introdujo en el arte. Hay espectáculos donde el Shibari se presenta como una disciplina artística, por no hablar de los seminarios... —¿Qué clase de mujer? —preguntó Justine, sorprendida por el amargo eco celoso que había asomado en su voz—. ¿Una chica de compañía o...? —No, no, en absoluto. Era una ejecutiva de una compañía de software. Inteligente, exitosa y muy bella. Eso apenas conseguiría suavizar los c Eso apenas conseguiría suavizar los celos que sentía. —Si era tan fantástica, ¿por qué permitió que le hicieras eso? ¿No le daba... —Justine se interrumpió y tragó saliva— vergüenza? —No hay por qué sentir vergüenza en un intercambio voluntario de poder. Las cuerdas son una extensión de la parte dominante, se utilizan para conservar a una mujer, para centrarse en ella, para guiarla hacia estratos más profundos de rendición. Mi pareja me contó que estar contenida por fuera le permitía sentirse libre de ataduras por dentro. Ponía al descubierto cosas que no sabía de sí misma. Se miraron a los ojos, reinaba un silencio tenso y cargado entre ellos. Justine no sabía qué decir. Estaba sorprendida de su propia reacción, de las punzadas de calor que la atravesaban. Tenía que reconocer que estaba intrigada. No parecía la clase de cosas que podían terminar bien. Pero no acababa de decidirse a rechazarlo. —Yo puedo ayudarte a ello —dijo Jason—, si estás dispuesta a confiar en mí. Sus labios se habían secado. —¿Debería? —Espero que lo hagas. —Eso no es un sí. —Tampoco es un no. Justine soltó una risa incómoda. —Maldita sea. ¿Por qué no te limitas a decir que sí? —Porque no puedo convencerte para que confíes en mí hablando. Tú eliges ¿Qué te dicen tus entrañas? —Tampoco me fío de mis entrañas. Jason no dijo nada y esperó pacientemente. Justine no se entendía a sí misma, no comprendía cómo podía siquiera considerar la posibilidad de hacerlo. El lado racional de su cerebro era consciente de que la estaba tentando para que se introdujera en algún tipo de innovación sexual. Sin embargo, la intuición la empujaba hacia otra explicación. Mientras lo miraba a sus magníficos ojos, le vino una palabra a la mente: encantador de serpientes. No en la acepción moderna de la palabra, sino en su antiguo sentido bíblico. Un hechicero que lanzaba bendiciones y maldiciones utilizando una cuerda con nudos. Una noche más y luego él se marcharía. —Júrame que no me engañarás ni me harás daño —dijo de pronto. —Te lo juro. Tenía mariposas en el estómago cuando Jason la agarró de la cintura. —¿Y si no me gusta? ¿Y si quiero que pares? —Tendrás una palabra clave. La segunda vez que la pronuncies pararé. —¿Y si olvido la palabra clave? Los labios de Jason se crisparon. —Lo único que tendrás que hacer es responder a una pregunta de seguridad, y te enviaré un correo electrónico para restaurarla. Justine sonrió insegura y cogió aire, presa de los nervios. No existía ninguna razón convincente para confiar en él siendo justos, apenas se conocían. Y sin embargo, de alguna manera parecía entenderla mejor que nadie. —Muy bien —consiguió decir—. Puedes pasar la noche conmigo. Y por la mañana te irás. ¿Estamos de acuerdo? —Sí. Justine lo precedió de camino al dormitorio, terriblemente consciente de los pasos que la seguían. Encendió la lámpara de la mesilla y abrió el armario. —Canela —dijo Jason, cuando el movimiento de la puerta envió un soplo de aire especiado a la habitación. —Es un saquito para la ropa. De hecho, la fragancia provenía de la escoba que guardaba en el fondo del armario cuyas cerdas estaban ungidas copiosamente con aceite de canela. Sin embargo, no estaba por la labor de exponer todos sus accesorios mágicos, ni su escoba, ni las velas y los cristales, y, sobre todo, ni su libro de conjuros. Se puso de puntillas y bajó del estante superior un rollo de cuerda roja de cáñamo de unos cinco milímetros de diámetro. No sin cierto titubeo le pasó el pequeño rollo a Jason. Después de recorrer sus fibras con los dedos para asegurarse de que era suave, Jason la miró socarronamente. —¿Para qué la utilizas? —Círculos para lanzar hechizos. —Es perfecta. ¿Tienes más? Justine vaciló, pero finalmente le pasó otros dos rollos. Cuando Jason cogió los rollos, a Justine no se le escapó la paradoja que suponía que Jason estuviera a punto de utilizar la cuerda de sus rituales para realizar uno de los suyos. Lo observó mientras desenrollaba una de las cuerdas de cáñamo. —No estarás pensando en momificarme, ¿verdad? Jason negó con la cabeza. —Solo conozco unos pocos atamientos, muy básicos. Pero un maestro del Shibari necesitaría más cuerda para realizar figuras y suspensiones complejas. —¿Suspensiones? —preguntó Justine, ligeramente asustada—. ¿Suspendida en el aire? ¿Como un adorno navideño? Jason esbozó una sonrisa. —No te preocupes. Siempre con los pies en el suelo. Justine dejó que la llevara hasta la cama. Parecía deliberadamente relajado. Un ritual, había dicho. Justine comprendía el valor de los rituales destinados a procurar estructura y significado. Pero el sexo como ritual era un nuevo concepto para ella. ¿Cómo había adivinado Jason algo que ella ni siquiera sabía de sí misma? ¿Cómo podía saber que sus deseos más íntimos podían abarcar algo así? ¿Cuál había sido la señal reveladora? ¿Qué había dicho o hecho para que él lo supiera? Se quedó de pie mientras él se sentaba en el borde de la cama. Tiró de ella y la colocó entre sus rodillas abiertas. —¿Qué pasa si resulta que me gusta? —preguntó Justine, nerviosa—. ¿Qué crees que significaría? Jason entendía perfectamente lo que le inquietaba. —Todo el mundo guarda secretos. Recovecos que no necesariamente quieren que conozcan los demás. No tiene nada de malo tener fantasías. Sus dedos se movieron hacia el cierre de sus tejanos y lo desabrochó hábilmente. Justine se quitó las sandalias y se agarró a su hombro. Se sentía desconcertada, asustada y excitada a partes iguales cuando sacó una pierna de los tejanos y luego la otra. Jason le levantó la blusa de punto y Justine se la pasó por encima de la cabeza. Al ver la diminuta llave de cobre que colgaba alrededor de su cuello, Jason preguntó: —¿Te importaría quitártela? Justine titubeó antes de descolgarse la larga cadena y dejarla sobre la mesita de noche. Jason tocó sus pechos por encima del sujetador sin costuras y acarició su curva con las yemas de los dedos, y luego con los nudillos. Se inclinó hacia delante y apretó sus labios separados contra la profunda curva. Justine sintió su cálido aliento y la succión de su boca sobre la tela hasta que esta se humedeció y su pezón se irguió de una manera deliciosamente dolorosa. —¿Cuál es tu palabra clave? —susurró Jason. —Pollo. Jason sonrió, le desabrochó el sujetador y se lo retiró de los hombros. La obligó a sentarse a su lado y emitió un silbido para calmarla cuando percibió que estaba temblando. —No tienes por qué tener miedo. No voy a hacerte daño. —No tengo miedo de que me hagas daño. Tengo miedo de sentirme estúpida. Jason reflexionó. —El sexo con dignidad nunca es una opción, la verdad. —Sí, pero... Justine jadeó cuando Jason introdujo un dedo en el lado de sus braguitas y se las bajó. —Relájate. —No se me da bien relajarme. —Lo sé —dijo Jason amablemente, y tiró del otro lado de sus braguitas—. Por eso Por eso pienso atarte. Su respiración se cortó cuando él le retiró las braguitas. Cerró los muslos en una apretada y remilgada ranura, tremendamente consciente de todos los movimientos de Jason. Lo observó detenidamente mientras hacía un nudo sencillo con una vuelta en el extremo. Levantó su coleta y colocó la cuerda alrededor de su cuello. —Empezaré con un arnés rayo —dijo, y pasó una sección de la cuerda a través de la vuelta—. No te impedirá moverte. —¿Por qué se llama un arnés rayo? —Porque forma un dibujo en zigzag. Justine lo miró fijamente mientras ataba la cuerda en la parte superior de su pecho. Ahora que había empezado tenía el aspecto decidido de alguien que intentaba resolver un rompecabezas complicado, o de alguien absorto en un pasatiempo fascinante. Jason se inclinó hacia delante y sujetó la vuelta con los dientes mientras pasaba la cuerda por detrás de su espalda. Justine dio un saltito al sentir su boca y su abrasador aliento tan cerca de la piel. Jason echó la cabeza hacia atrás, hizo otro lazo y repitió el proceso. Cada vez que rodeaba su espalda con la cuerda utilizaba sus dientes para sujetar el lazo de delante. La cuerda empezó a conformar una red que atravesaba su torso. —La mayoría son nudos corredizos —dijo—. En cuanto quieras que te libere me lo dices y te desato inmediatamente. Justine no quería que parara. La atadura lenta y meticulosa le resultaba una experiencia inesperadamente agradable. Habló como alguien que estuviera en trance. —¿Puedo hablar mientras lo haces? Jason ensartó un nuevo lazo. —Puedes hablar todo el rato, si quieres. —Es como un nuevo deporte: macramé extremo —¿Estás incómoda? Justine negó con la cabeza. Resultaba extraño sentirse cómoda y al tiempo tan expuesta. Sus pechos sobresalían entre las pasadas de cuerda de una manera que hacía que parecieran más grandes, más plenos. El arnés había formado un ligero corsé que parecía contener y concentrar todas las sensaciones de su cuerpo. Justine sentía sus propios latidos entre los muslos, en la parte interior de sus codos y en la punta de sus pechos. Después de pasar la cuerda por la última lazada delante delante del ombligo, Jason hizo un nudo de lazo. Sus manos, calientes y reconfortantes, se movían ágilmente por la red de cuerdas que aprisionaba su torso. —¿Más? —preguntó Jason, y la miró a los ojos. Justine asintió con la cabeza. La voz de Jason era suave cuando dijo: —Levántate, cariño. Justine obedeció. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando Jason pasó la cuerda entre sus muslos y la subió por la espalda para fijarla alrededor de una de las cuerdas. Hizo otra pasada entre sus muslos de manera que su vulva quedara rodeada por dos cuerdas. Esto era mucho más íntimo, mucho más erótico. Justine carraspeó y dijo con voz temblorosa: —Esto podría convertirse en un calzón chino. —Lo dejaré suelto. —Pasó un dedo por debajo de la cuerda. Justine jadeó cuando la punta de su dedo rozó el borde de sus suaves y ralos rizos—. ¿Estás cómoda? Justine apenas podía hablar. —Sí. Un dedo resbaló suavemente por el otro lado en un movimiento deliberadamente malvado. —¿No está demasiado tensa? Justine negó con la cabeza. Con el dedo todavía enganchado debajo de la cuerda deslizó el nudillo hasta el canal ensombrecido entre sus muslos y dibujó suavemente unos círculos en la parte alta. Sus rodillas cedieron y Justine se agarró a sus hombros para no caerse. Jason la bajó y la dejó boca arriba sobre la cama con mucho cuidado. Sus extremidades estaban flácidas y separadas, sus pechos sobresalían turgentes entre las pasadas de cuerda. Estiró el brazo para coger más cuerda y le ató las manos, uniéndolas a una cuerda a la altura del talle. Cada uno de sus movimientos eran mesurados y el cordaje progresaba a un ritmo fluido y relajante. Jason no apartaba la mirada del rostro de Justine, atento a cualquier matiz en su semblante. Justine había empezado a respirar hondo, fascinada por la sensación de estar siendo atada por etapas. Su cuerpo parecía henchirse contra la red de cuerda. Atada. Hechizada. No había lugar para sentirse cohibida, no cabían las palabras, ni siquiera los pensamientos. Jason se desplazó hasta colocarse detrás de ella y con mucha delicadeza ladeó su cabeza y le soltó el pelo. Las ondas sueltas cayeron en cascada sobre sus manos. Sus fuertes dedos se movieron por debajo de su cabeza para levantarla ligeramente y masajearon su cráneo. Justine gimió de placer y se relajó cuando él desplazó el peso de su cabeza. Una de sus manos se movió hasta la nuca y con los dedos pulsó los tensos músculos con deliciosos apretones hasta que estos se soltaron. Jason se inclinó sobre ella y sus labios rozaron los suyos en un beso al revés. —¿Más? —susurró. —Sí. Sí. Justine levantó la cabeza y su lengua rozó el borde de su boca donde la masculina textura de la barba afeitada se confundía con la seda de sus labios. Sintió la forma de su sonrisa, olió su cálido aliento mentolado. Sus dedos acariciaronSus dedos acariciaron su cuello y su rostro tiernamente. Justine estaba perdida, flotaba, su sangre bullía. Justine esperaba con los ojos cerrados mientras él se desplazaba hasta el otro lado del colchón y la agarraba del tobillo. Cogió el pie entre sus manos y calentó la planta, los dedos. Con los pulgares empezó a masajear el sensible empeine. Justine se retorció, el placer se abrió como una flor. Los labios de Jason rozaron su talón antes de que sus dientes se hundieran en él suavemente. El pequeño mordisco la llevó a retorcerse sorprendida, una corriente de calor atravesó su cuerpo y una flor de humedad íntima brotó entre sus muslos. Una mordidita en sus dedos, un delicado beso y Jason empezó a envolver su tobillo. Sus manos, suaves y habilidosas, doblaron la pierna de Justine hasta que casi tocó la nalga con el talón y enrollaron la fina y suave cuerda en espiral hasta la rodilla. Justine abrió sus pesados párpados para ver la oscura silueta de Jason. Sabía lo que estaba haciendo. Cada tirón de la cuerda intensificaba la urgencia que sentía en su interior, el deseo y la confusión se agolparon exquisitamente hasta que se retorció, víctima de la presión. Una mano grande y cálida se posó sobre su vientre. Jason se cernió sobre ella y le levantó la rodilla doblada con su musculoso brazo. —Precioso —le oyó decir Justine quedamente—. Los dibujos sobre tu cuerpo. Cuerda roja sobre piel de marfil. Como una imagen de un grabado Shunga. —Jason besó el interior de su rodilla—. Si yo tuviera alma la habría vendido a cambio de la posibilidad de verte así. Era extraño que pudiera sentirse al tiempo desnuda y expuesta, todas sus defensas habían desaparecido. No era más que un atado de carne viva, ligada con una cuerda roja y los nervios cargados de anhelo. Jason trabajaba con cuidado, resuelto, atando e hilvanando cuerdas para darle la forma que él quería a su cuerpo. Subió sus rodillas y las aseguró de manera que quedara suspendida, indefensa y expuesta. Su cuerpo palpitaba, su sexo henchido, el aire enfriaba una fuga de humedad. Jason pasó las manos por sus piernas, siguiendo el dibujo de la cuerda. El aire estaba cargado de los ritmos entremezclados de sus respiraciones. Incluso con los ojos cerrados, Justine podía sentir la intensidad de la concentración de Jason. Las caricias, la suspensión y las ataduras le proporcionaban una sensación de incorporeidad. No podía hacer más que someterse a él. Jason bajó la mano para coger las cuerdas que había entre sus ingles y las reajustó tirando de cada una de ellas suavemente entre los pliegues exteriores de su sexo, dejándola abierta. Justine empezó a temblar y a tensarse, su interior palpitaba y se cerraba alrededor de la nada. Otro susurro: —¿Más? —Sí —dijo Justine entre sollozos. Pasaron unos segundos mientras Justine se retorcía entre sus ataduras, sus tobillos atados se doblaban y los dedos de sus pies se curvaban. Las manos de Jason sujetaron sus nalgas, forzándola a mantenerse quieta. Su boca descendió y la cubrió de un calor escurridizo y de lengüetazos sinuosos. Justine jadeó mientras luchaba con las ataduras. Jason introdujo lentamente el pulgar y empezó a dibujar profundos círculos mientras los músculos de Justine se tensaban indefensos ante la nueva invasión. Su columna vertebral pareció fundirse y ella se disolvió en el calor al tiempo que se corría con tal fuerza que apenas le quedó aire para gritar. Jason retiró el pulgar, su boca jugaba sobre su piel, relajándola. Transcurrieron varios minutos sin que pronunciaran palabra, mientras él mecía su cuerpo atado como si fuera una vasija de la que bebía. La luz de la lámpara se deslizó sobre la cabeza oscura que asomaba entre los muslos de Justine, confiriéndole un tono dorado a las capas de la cabellera de Jason. Justine gimoteó sorprendida al experimentar que el deseo volvía a crecer y sus carnes henchidas se tensaron y contrajeron alternativamente. Sintió la caricia de su aliento cuando él le habló en voz ronca: —Utiliza la palabra clave, Justine, si no lo haces te tomaré aunque estés atada. ¿ ¿Lo has entendido, cariño? Dime que pare antes de que sea demasiado tarde. —No pares —consiguió decir, atragantándose con las palabras dulces y salvajes en su garganta. Jason le dio un áspero beso en la entrada de su cuerpo y se levantó para desvestirse. Su cuerpo brillaba poderoso y las sombras cruzaban su piel dorada como las rayas de un tigre. Se colocó en una de las esquinas de la cama, agarró el arnés hecho de cuerdas y atrajo a Justine hacía sí. Era asombrosamente fuerte, la levantó sin esfuerzo. Justine estaba indefensa, no podía moverse ni participar. Jason había atado su cuerpo con tal esmero que podía manipularla como si fuera un juguete. Se agachó, se posicionó y la penetró en un impulso húmedo y templado. Su boca se acercó a la de ella y absorbió sus gemidos de placer. Siguió besándola mientras agarraba las cuerdas que utilizaba para levantarla y moverla contra su cuerpo. Era como cabalgar las olas del mar, una ondulación constante mientras las cuerdas la mantenían abierta y exponían sus carnes sensibles a cada lúbrica zambullida. La boca de Jason cubrió la suya, su lengua la llenó, mientras sus manos agarraban las cuerdas para que ella pudiera cabalgar cada ola. Justine botaba con impotencia, ingrávida, cegada, llevada por el calor de un clímax tan prolongado que no tenía comienzo ni final. Nunca se había entregado de forma tan plena, nunca había imaginado que fuera posible y, sin embargo, era lo que siempre había ansiado: sublimarse en puro sentimiento. Oír su nombre en la voz de Jason, su cuerpo estremeciéndose contra el suyo, su fuerte pulso enterrado en ella. Sentir sus brazos a su alrededor, su rostro acariciándole el cuello. Cuando las últimas sacudidas se disiparon, Jason la devolvió a la cama y empezó a trabajar con los nudos, deshaciéndolos lentamente, con suavidad, deteniéndose para acariciar una curva íntima, un hueco húmedo. Cada tramo de cuerda roja fue hábilmente enrollado y apartado. Justine, aturdida y deslumbrada a partes iguales, estaba echada, no se movió mientras él frotaba y besaba las débiles marcas que habían dejado las cuerdas sobre su piel. Le pesaban las extremidades, su ritmo cardíaco era pausado. Cada nervio estaba alerta al placer que le procuraban las manos de Jason, a la energía íntima que fluía entre ellos. —¿Qué es un grabado Shunga? —preguntó finalmente Justine con la voz velada, como si acabara de despertar de un profundo sueño. —Antiguo arte erótico. —Jason la envolvió en una sábana y la apretó contra su pecho—. Imágenes pintadas a mano que muestran a parejas en posturas sexuales. —Su mano jugaba con el pelo de ella—. A fin de que resulte lo más estimulante posible, normalmente los hombres aparecen con los genitales exageradamente abultados. —En tu caso darían en el clavo. Sintió la sonrisa de Jason contra su cabeza. Pero un segundo más tarde, la bajó para mirarla con un destello de preocupación en los ojos. —¿Te he hecho daño? —No. —Justine siguió el borde de su labio superior con la punta del dedo—. Solo quería decir que estás muy... que has estado muy bien. —Bostezó y apoyó la cabeza contra su pecho—. Y tenías razón. —¿En qué, cariño? —susurró Jason. —En lo de estar atada. En cierto modo, me siento un poco diferente. Siento... —Se detuvo, buscando las palabras exactas—. Hubo un momento en que estaba abierta y lo sentí todo y lo asimilé todo, y aunque tú estabas al cargo sentí que... Justine vaciló, reticente a decirlo. —Que yo te pertenecía —dijo Jason quedamente—. Supiste que soy tuyo. Justine no pudo contestar, a pesar de que era verdad. Sobre todo porque era verdad. Cuando quiso acomodarse entre sus brazos notó un leve dolor muscular aquí y allá, sutiles recordatorios de cuerdas y carne y placer.

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